La Luna astrológica es el símbolo que representa nuestras emociones, así como nuestra manera de cuidarnos y cuidar. Es el recurso del que echamos mano cuando necesitamos procesar el dolor, primero habiendo detectado. Nos brinda la compasión fundamental hacia el dolor propio y la sensibilidad al dolor ajeno.
Esta cualidad tan evidente en un niño pequeño, se va durmiendo pasada la primera infancia debido a la crudeza del sistema de dominación en el que vivimos, que nos vuelve seres insensibles para sobrevivir.
La Luna es nuestra verdadera esencia, nos brinda la conexión natural con el placer y displacer que al llegar a la edad adulta perdemos. Llegamos a la adultez llenos de agresividad pasiva, faltos de creatividad, y con muy escaso conocimiento de quienes somos.
Como niños, nadie nos defiende, nadie nos escucha. Y de mayores continuamos en este estado de stress, competencia y lucha al vincularnos con nuestros hijos, con quienes nos desquitamos de nuestro propio dolor. Lo que queda claro es que esto no es amor, ni posibilita el sentir. El “permiso a sentir” nos habilita a reconocer las emociones de displacer y placer para actuar en consecuencia, poniendo límites por ejemplo. Por eso resolver esta temática es fundamental para integrar los otros elementos de nuestra carta o de nuestra personalidad.
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